La conversión del duque de Gandía
Este
cuadro de José Moreno Carbonero se llama: “La conversión del duque de Gandía”.
En él se puede apreciar el ataúd de Isabel de Portugal, y a un hombre
lamentándose. Ese hombre es Francisco de Borja o también llamado, duque de
Gandía. Isabel de Portugal era una mujer bella, y al parecer, tenía encandilada
a toda la Corte. La belleza corrompida de esta mujer puede dar a entender dos
cosas: La primera, es demostrar uno de los motivos clásicos “Tempo es Fugit”, y
dos, la facilidad y rapidez conque cualquier persona se puede corromper tanto
moral como físicamente.
LOS
PROTAGONISTAS DEL CUADRO
Empezaremos
por Isabel de Portugal. El cadáver de Isabel de Portugal yace en un ataúd
dorado. Isabel está cubierta por un velo o sudario blanco con remaches de oro.
Debajo del ataúd se puede observar la sábana con la bandera de los Austrias
estampada en ella. Las delicadas formas
de Isabel denostan su belleza. La fallecida Isabel ya no conserva su belleza.
De la noche a la mañana se ha ido su hermosura. Esto nos recuerda al lirio
blanco que a pesar de su corta vida, adquiere un color y olor maravilloso, pero
como es caduco acaba por marchitarse. Lo que antes era un blanco puro y un olor
a primavera, se ha convertido en marchito oscuro y putrefacción. Lo facilidad
con que algo se puede corromper, tanto por dentro, como por fuera.
El
otro protagonista es el hombre vestido de negro de luto: Francisco de Borja, o
también llamado Duque de Gandía. Francisco de Borja está afligido por la muerte
de su querida Isabel. Su gran amiga. Siente su suspiro de belleza fugaz. Trata
de consolarse en el hombro del gentilhombre. Pero nada le hará recuperarla. Un
ejemplo más de: “Carpe Diem, quia Tempo es Fugit” (Aprovecha el momento, porque
el tiempo es fugaz). Como el poema de Rubén Darío: Juventud, divino tesoro.
LOS
PERSONAJES SECUNDARIOS
Pegados
a la izquierda, están la mayor parte de los personajes secundarios.
Los
más lejanos son simplemente, unos nobles de la Corte que adorarían a Isabel. Al
parecer, Isabel tenía encandilada a toda la Corte con su maravillosa
personalidad y belleza. Un poco más cercanos se encuentran un monaguillo y un
clérigo. El joven monaguillo sujeta el áureo báculo del obispo. El clérigo
tiene un estandarte con un crucifijo de oro. En la última sección podemos
encontrarnos a estos personajes:
-
Un clérigo de alto rango. Esto se puede
adivinar debido a su vestimenta. El hombre viste un traje largo blanco y azul,
una capa de tela fina con mucho decorado, y un gorro de terciopelo añil.
También se puede observar un decorado remache en la capa del clérigo, es una
calavera. Esta calavera indica la muerte, y
curiosamente, estamos ante un cuadro en el que la muerte está más que
patente.
-
Un clérigo de alto rango pero menor que
el anterior. Parece ser un cardenal. El hombre barbudo viste de rojo, y lleva
la vestimenta habitual de este tipo de cargo eclesiástico.
-
Una mujer afligida llorando la pérdida
y un niño atónito ante el cadáver de Isabel.
-
Unos frailes franciscanos. Éstos, a
pesar de aparecer en la oscuridad, tienen una gran importancia, ya que después
de la muerte de Isabel, Francisco de Borja recurrió al anonadamiento y a vivir
como religioso. Se hizo misionero después de proclamar: “Nunca serviré a un
señor que se me pueda morir”. Entonces
se consagró a Dios, el Señor eterno, que nunca se morirá y que siempre le ha
amado.
LA
CORRUPCIÓN DE LA BELLEZA
En
el mundo se han dado muchos ejemplos de corrupción interna, que es lo que
verdaderamente pretende este cuadro decir. La mujer joven y bella Isabel de
Portugal es corrompida por la muerte. Era tan bella que hasta el Marqués de
Santillana le dedicó una canción. Toda esta corrupción interna se puede llevar
a cabo por un destino desgraciado. Pero no se puede volver a atrás en intentar vencer
esa fuerza inamovible que el destino te pone, lo que se puede hacer es mejorar
e intentar no ser corrompido. No como dice el poema de José Agustín Goytisolo
(fragmentos del poema):
Tú no puedes volver
atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía es
mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego. Te
sentirás acorralada te sentirás perdida o sola tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado.(...).
La vida es bella, ya verás cómo a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son
nada.(...). Otros esperan que resistas que les ayude tu alegría tu canción
entre sus canciones. (...) Nunca te entregues ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella, tú verás cómo a
pesar de los pesares tendrás amor, tendrás amigos. (...). Y siempre siempre
acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.
PABLO
ESTEBAN KEOGH
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